Serial sobre la figura de futbolistas que destacaron tanto dentro como fuera del terreno de juego. Garrincha, Pau Grande, Río de Janeiro-1933-1983 es uno de los grandes futbolistas brasileños de todos los tiempos. Un jugador que entusiasmó a los aficionados con su modo revolucionario de entender el fútbol. Un funámbulo con la pelota y también en la vida, recorrida en excesos.
Manuel Francisco Do Santos, más conocido como Garrincha, jugó con la camiseta de la selección brasileña un total de 60 partidos. De ellos, ganó 52, empató 7 y tan solo perdió 1, el último, frente a Hungría en el Mundial de Inglaterra 66. Unas estadísticas brutales que demuestran que Garrincha fue un futbolista diferente. Participó en 3 mundiales, Suecia 1958, Chile 1962 e Inglaterra 1966. Ganó los dos primeros. Cuando en la ‘Verde-amarela’ jugaron juntos Pelé y Garrincha, Brasil no perdió nunca. Sin embargo, pese al enorme peso y la gran calidad que atesoraban ambos futbolistas, Pelé y Garrincha eran muy diferentes, sobre todo, fuera del terreno de juego. Juntos, dentro del campo, eran imparables. Fuera de él, a quien no se le podía agarrar era al extremo. Vivió deprisa, de una manera veloz, al igual que como jugaba. Pelé y Garrincha no eran amigos, como ambos afirmaban sin ningún pudor, pero el aprecio y la admiración si eran evidentes. Pelé afirmó de su compañero que “era un futbolista increíble, uno de los mejores que he visto en mi vida. Era capaz de hacer cosas con el balón que ningún otro jugador podía hacer. Sin Garrincha, yo nunca me habría convertido en tricampeón del mundo”. Palabra de O’ Rey.
Debido a una ocurrencia de su hermana, Manuel Francisco dos Santos comenzó a ser llamado Garrincha, en alusión a un pájaro de la zona de Pau Grande, el cual era feo, muy veloz, pero torpe. Su hermana creía que Manuel era así, libre, feo y puro. Sus comienzos en el balompié no fueron fáciles debido a una deformidad en sus piernas. Garrincha tenía las piernas torcidas, la derecha hacia dentro y la pierna izquierda torcida hacia fuera, además, una de ellas era más corta que la otra. Por este defecto fue rechazo en múltiples equipos que no creían que Manuel fuese óptimo para la práctica del fútbol. Además, una vez que ya comenzó a despuntar en Botafogo, un psicólogo de la selección canarinha definió a Garrincha como "un débil mental no apto para desenvolverse en un juego colectivo". Y a punto estuvo de ser descartado para la Copa del Mundo de Suecia 58. Pudo participar en aquel campeonato mítico donde compartió delantera con Didí, Vavá, Zagallo y Pelé.
Desplegó su mejor juego con la camiseta del Botafogo y con la selección brasileña. Llegó al Botafogo en 1954 y defendió su elástica hasta 1966. Durante estos años, Garrincha enamoró a una afición que prácticamente iba a verlo jugar a él, debido a que se trataba en sí mismo, de un espectáculo. La afición lo comenzó a conocer como ‘la alegría del pueblo’. Para los amantes de su juego, Manuel Francisco dos Santos fue el ‘charlot’ del fútbol, por esa facilidad para conseguir arrancar sonrisas en la grada con su estilo de juego. Un payaso de la pelota, pero en el buen sentido. Jugaba al fútbol como vivía, con una sonrisa en la boca, tomándose el fútbol como una fiesta y como un juego. Garricha puede considerarse el primer ejemplar de extremo. El resto tan solo han imitado al maestro. Su forma de jugar era muy peculiar. Sus regates, únicos, y hasta previsibles, aunque imparables. Escondía el balón como nadie, lo enseñaba, lo mostraba y lo volvía a esconder, hasta desesperar a los defensas. Tenía un cambio de ritmo veloz, que hacía imposible que los rivales pudieran robarle el esférico. Jugaba con los contrarios, hasta el punto de provocarlos, parándose en seco delante de ellos, mostrándoles hacia donde iba a recortar. Bailaba con la pelota en una sincronía perfecta y la pelota lo adoraba, pensando que no existía una pareja de baile mejor. Fue un diablo por la derecha, un funámbulo del fútbol y de la vida, siempre en el alambre, pero consiguiendo zafarse de todo, de sus rivales y de sus problemas, ahogándolos siempre en alcohol, del que fue adicto.
Su vida la recorrió a toda velocidad. Sin escatimar en gastos. Vivió como quiso. Vivió de noche. Amante de las mujeres, tuvo 36 hijos, solo 9 de ellos reconocidos. Sus últimos años ya reflejaban en su rostro la intensidad con la que vivió. Su mirada, ya cansada, era un fiel reflejo de todo ello. Murió joven pero viejo. Producto de esa vida que le dio tanto pero que poco a poco se esfumaba, debido a esos excesos de los que no se privó. Murió a los 49 años. Su funeral se convirtió en asunto de estado y el pueblo, que lo adoraba, salió a la calle en masa a despedir a su ‘actor’ preferido. A ese ‘Charlot’ con el que soñaban mientras lo veían bailar con la redonda. Así anunciaron su muerte en la televisión brasileña: “Dentro del campo de fútbol, Garrincha dribló a todos los adversarios posibles, fuera, en la vida real, nunca consiguió vencer la lucha contra el alcoholismo. Garrincha, la alegría del pueblo, murió solo, a los 49 años, esta mañana, en la clínica de Río de Janeiro”.
Un futbolista sincero, reflejo de la calle, no había más de lo que mostraba, que no era poco, sino más de lo que muchos tan solo podían soñar. En su lápida reza el siguiente epitafio: Aquí descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo: Mané Garrincha. Por los siglos.
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