El Mundial de fútbol de Sudáfrica englobó todas las emociones y sensaciones que a lo largo de la historia del torneo ha llevado consigo la selección nacional. Favoritismo, desconfianza e incertidumbre. Sin embargo, esta última Copa Mundial de Selecciones, añadió un complemento más: esperanza y fe en una generación de futbolistas únicos hasta entonces. Sobre todo en un grupo que en su mayoría derribó las barreras que hasta entonces habían sido imposibles de superar por un combinado nacional en muchas décadas. No solo habían logrado pasar unos cuartos de final, sino que habían conseguido ganar una Eurocopa con un estilo de juego que asombró al viejo continente. Esa inercia fue aprovechada y explotada al máximo por un seleccionador nacional destinado al éxito. Vicente del Bosque fue el elegido para suplir a Luis Aragonés en el cargo. Un puesto caliente y con muchas exigencias que pronto se convirtieron en exageraciones a las primeras de cambio con la derrota inicial frente a Suiza. Los españoles tenemos esa costumbre de pasar del reconocimiento, del alago, del cumplido; al odio, al rechazo y a la más antinatural de las incongruencias. El primer traspié fue el inicio del primer debate sobre cómo y con quiénes debía jugar el combinado nacional. Del Bosque, que de esto del fútbol sabe más que el más ‘sabio’ periodista deportivo, no dudó en salir en defensa de Busquets, primer enemigo público de la patria tras la derrota ante Suiza. A partir de entonces, en una mezcla derivada por la necesidad y por la calidad que atesoraban los seleccionados, España solo supo ganar.
Partido a partido España derribó barreras insuperables torneos atrás. La presión y un favoritismo ganado con creces a lo largo de dos años de un juego excelente, no pudieron más que las ansias de gloria del equipo nacional. Pese a la primera derrota, España quedó primera grupo. Superada la primera crisis, España afrontaba la fase de cruces con la moral totalmente renovada. Limpia, reluciente, como el que comienza un nuevo torneo. En los octavos de final, Portugal fue el primer escollo que tuvo que superar la roja. La superioridad del juego del combinado español no se reflejaría con resultados abultados en los cruces. España ganó todos los enfrentamientos por un gol a cero.
Superado el obstáculo portugués. La selección se topó con el muro insuperable de los cuartos de final torneos atrás. La selección de Paraguay fue un rival que entrañó más dificultad que lo que las banderas, el escudo y las plantillas podían presagiar. Sin duda, fue el partido que marcó el punto de inflexión. El encuentro ante Paraguay fue escrito por el más rocambolesco, enrevesado y retorcido de los guionistas, solo que esta vez, era español. Lo tuvo todo. Penalti en contra, parada de Casillas. Penalti a favor, gol de Alonso, el árbitro manda repetir. Segunda ocasión, error de Alonso. Otra calamitosa actuación arbitral, otra vez en cuartos. El fantasma de los complejos volvía a presentarse de nuevo en el mismo camino, en el mismo momento. Pero esta vez no. Esta vez, incluso los postes fueron aliados. Villa controló el balón en el área y golpeó la pelota con el interior para intentar ajustar bien la pelota. Y cómo lo hizo que el balón pegó en el poste derecho de la portería para luego pasearse por encima de la línea de gol y volver a dar esta vez en el poste izquierdo para por fin entrar en la portería. En otro momento, en otro campeonato, ese balón nunca se hubiera convertido en el gol de la victoria. No hubiera entrado. España avanzaba hasta dónde nunca alcanzó en el Campeonato Mundial.
En la semifinal esperaban los alemanes, siempre presentes en las rondas finales. Sin embargo, esta vez con una joven hornada que se mezcló a la perfección con la vieja guardia. Llegaba Alemania a semifinales tras aplastar a Inglaterra en Octavos y a Argentina en los Cuartos de Final. Pero frente a la roja poco pudieron demostrar de ese juego novedoso y vistoso que habían desplegado en los cruces. El equipo de Joachim Löw tan solo pudo limitarse a observar como España movía la pelota a su antojo y a intentar defender los ataques españoles. Hasta que Puyol se elevó en el aire en un cabezazo limpio, fuerte, duro tras un saque de esquina de Xavi. El gol tardó en llegar pero hizo justicia en el marcador. La selección nacional continuaba derribando barreras en el torneo mundial. Ese partido supuso el fin del debate eterno durante el torneo. Torres no estuvo a la altura y Pedro entró en el once titular, siendo además de los más destacados del encuentro.
La victoria ante Alemania colocó a España en la mejor de las posiciones en la parrilla de salida hacia la gloria. España estaba a un solo partido de alcanzar el mayor hito de la historia del fútbol nacional, algo impensable torneos atrás, en los que un favoritismo más propio de andar por casa que real, unido a la mala fortuna y a decisiones arbitrales nefastas, impedían a la roja competir por cotas mayores. En la final esperaba Holanda, otra selección huérfana de gloria mundial pero con dos subcampeonatos como cicatrices. La selección holandesa alcanzó las semifinales al ritmo de Sneijder y a la velocidad que marcó Robben. Sin embargo, en la final, se disfrazó de equipo de rugby. El partido fue una auténtica batalla de Flandes en la que los jugadores de la orange se limitaron a desplegar un juego sucio, tosco, fuerte y violento por momentos. El pecho de Xavi Alonso fue testigo directo de ello. Sin límite de tarjetas Van Bommel hubiera logrado acarrear suspensión por acumulación de amarillas. El mediocentro holandés jugó a la perfección su rol de tope y secado del juego español, hasta el punto conseguir desquiciar al rival. El partido entró en una fase en la que se sabía que el primero en anotar se llevaba el campeonato. Los dos equipos tuvieron ocasiones claras en sendos mano a mano. Cesc no acertó a materializar su ocasión ante Stekelenburg. Ni Robben en dos ocasiones ante Casillas, que con la punta de su bota abortó la ocasión más clara del extremo holandés.
El partido se decidió en la segunda parte de la prórroga. En el minuto 116, tras una larga jugada de combinación de la selección española. Jesús Navas comenzó una endiablada carrera por la banda derecha perseguido por varios contrarios. La jugada continuó en la izquierda con Torres, y el balón llegó hasta Cesc tras un rechazo de un defensa holandés. El jugador del Arsenal vio desmarcado a Iniesta, que se encontraba dentro del área escorado a la derecha. El manchego controló el pase de Cesc y el balón quedo botando. El tiempo se ralentizó. Andrés no perdió de vista ni el balón, ni la posición de la pelota y del guardameta holandés. Iniesta tenía ya en mente el disparo y sabía que no iba a fallar, que no se podía errar una oportunidad única. Entonces conectó un derechazo con el empeine interior. Algo centrado, pero demasiado duro y seco para que Stekelenburg pudiera repelerlo. El disparo se convirtió en gol y el gol llevó al éxtasis. Andrés Iniesta volvió a ser el protagonista de un gol de leyenda, pero esta vez como emisor de un mensaje para todo un país. Iniesta también hizo eterno a Dani Jarque. La dedicación más especial en el escenario y en el momento más brillante. El gol llegó en un momento en que la capacidad de reacción para Holanda fue mínima. Hasta el final tan solo jugó el tiempo, lento para los españoles, rápido y fugaz para los holandeses, que apenas tuvieron tiempo para quitarse el traje de lucha con el que actuaron durante todo el partido. El pitido final coronó por fin al campeón. En ese momento, la gloria mundial se instauró en todo un país. En los españoles y en todas aquellas personas que vivieron como propia la victoria de la roja, qué importa la nacionalidad, qué importan las fronteras. El fútbol que desplegó España fue tan superior a todos sus rivales que encandiló a aficionados de diferentes nacionalidades.
Dos años de un sello y estilo propios bastaron para que la selección española disipara para siempre los complejos y el victimismo con el que terminaba siempre sus participaciones en torneos de selecciones. Todo ello, unido, por supuesto, con una generación de futbolistas hambrientos de gloria.
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